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El diamante blanco

El diamante blanco (The white diamond), de Werner Herzog (Alemania/2004), 90 min. Con Werner Herzog, Graham Dorrington y Dieter Plage. 

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3 thoughts on “El diamante blanco

  1. La cámara de Herzog sobrevuela unas cataratas de Guyana, a bordo de un zepelín, diseñado por el ingeniero británico Graham Donington. Durante la filmación ocurrieron una serie de accidentes: se quemaron dos motores y parte del instrumental. Herzog reparó los daños y continuó con la filmación, sin importarle los riesgos que correría . El se enamoró del sueño del inglés de volar sobre las copas de los árboles de la selva de Guyana.
    El paisaje es hipnótico: la belleza y la majestuosidad de las cataratas, el vuelo de los vencejos, que anidan detrás de la caída de agua, nos dejan con la boca abierta.
    A su vez, conocemos a personajes secundarios, como Marc Anthony, un lugareño muy particular, y el niño que baila al modo de Michael Jackson, al borde de la catarata dándonos una vista increíble.
    Así Herzog mezcla rasgos interesantes de la gente del lugar con lo documental, pareciendo que las personas reales estuvieran guiadas por el director, a quien le gustan los personajes inocentes, que se enfrentan a un mundo distinto con asombro. Así Marc Anthony disfruta de su primitiva forma de vida y no le da demasiada importancia a la película y al vuelo que realizó, por eso después no explica lo que sintió, sino que decide hablar de su Gallo, a quien ama profundamente y extraña. Su relato sobre el animal es sumamente gracioso. Y Herzog es un personaje más de su película, él participa y ordena, no permanece al margen. Es un fanático que ambiciona tomar imágenes exclusivas a pesar de todo lo que pueda pasar, y nos permitió con esta película, viajar a través de una selva inexplorada y bellísima.

  2. ¡Qué difícil desdoblarse entre la liviandad del sueño de volar y el peso de la culpa! ¡Qué difícil tratar de unificar esos sentimientos! Más difícil aún es poder documentar el suceso, que no se limita a mostrar como un ingeniero pone en funcionamiento su dirigible sino a desnudar su interioridad, su pesadilla, su obsesión. Herzog emprende la singular tarea acompañando a Graham Donington en su aventura. Y la emprende con todos los riesgos que esto implica: mostrar el universo torturado de Grahan, su necesidad de volver a intentar una empresa que ya costó una vida, asumir el recuerdo del fotógrafo muerto sin caer en el melodrama, ser parte activa del proyecto, subirse al Zepelin exponiendo su propia vida, dejarse sorprender por los personajes entrañables que habitan ese paraíso en Guyana y por la naturaleza misma que se impone de una manera apabullante.
    Ante tanta incertidumbre en cuanto al final feliz, Herzog elige mostrar otras historias que resultan conmovedoras por las imágenes y por la sabiduría que transmiten, como la decisión de no compartir lo que capta la cámara del escalador que desciende detrás de las cataratas, donde anidan los vencejos, dejando reservada la imagen como una experiencia privada única a quien pudo conseguir verla, resguardando así el secreto. O los relatos de Marc Anthony de los que se desprende el conocimiento de quien vive en comunión con su entorno, observa y relaciona.
    El proyecto se desarrolla con algunos inconvenientes pero finalmente lo liviano supera a lo pesado. El increíble sueño de volar se concreta, imperceptible a los ojos de los lugareños que parecen ignorar el acontecimiento ¿Será verdad que no se puede percibir lo no aprendido, que aparece indiferente ante los ojos aquello que no se encuentra dentro del universo de lo posible? ¿Será por eso que los buscadores de diamantes asociaron el dirigible a un gran diamante blanco flotando en el cielo?
    La película me apareció una joya. Una belleza no sólo visual, sino de experiencia de vida, de modo de ver el mundo, de manera de narrar, de selección, de decisión en cuanto a que mostrar y que resguardar, y por si fuera poco, sostenido por una música celestial ¿Qué más se le puede pedir a un documental?

  3. Este documental de Werner Herzog creo que es un perfecto ejemplo de lo que debe ser un verdadero “documental”.
    Donde todas las imágenes, todos los diálogos, todas las explicaciones en off, todo el relato y en definitiva toda la filmación, está dirigida al único objetivo de informar al espectador, documentándolo sobre un suceso, un objeto o un personaje.
    Así, en el caso de esta película, el motivo ha sido un pequeño dirigible utilizado para exploración aérea de la selva de la Guyana Británica.
    Dirigible al que vemos desde su diseño por un explorador ingles, pasando por su construcción, sus primeras pruebas en Inglaterra, su armado en la selva de Guyana, sus iniciales vuelos tentativos y finalmente sus recorridos sobre la jungla, un rio, una cascada, una aldea, etc..
    Mostrando de paso indígenas pintorescos, incidentes con el globo, hermosas bandadas de vencejos y una cascada majestuosa.
    Mechado con el drama personal del explorador al que se le murió un camarógrafo en una expedición similar en Sumatra.
    Todo lo que hace un documental ameno, interesante, de ágil ritmo y sobre todo, con unas imágenes bellísimas de ese rincón del mundo poco conocido.
    Pero sin apartarse en ningún momento del propósito generador y unificador de informar lo mejor posible al espectador.
    Sin distraer el tema con florituras cinematográficas o alardes creativos que solo sirven para el lucimiento del director, sin agregarle nada de información a la obra. Como ocurría, por ejemplo, en Santiago, el último documental que vimos en esta sala.
    Por el contrario, en El Diamante Blanco, el director es transparente, como inexistente para el espectador; cumpliendo a la perfección su tarea pero sin que se note.
    Lo que me parece un mérito enorme de Werner Herzog.

    OMAR

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